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domingo, 11 de noviembre de 2012

Capítulo Primero (1): Yo

      Mi nombre es Martine, Martine Rincoh. Nací en Antequera un bonito pueblo de Málaga en España. Mis padres eran dos hippies belgas que se afincaron en Ibiza en los años ochenta y que terminaron en Antequera porque fue el único sitio donde les dieron trabajo para poder mantener a una familia que sin darse cuenta, posiblemente por el LSD, se había convertido en numerosa. Mis hermanos Fredie y Lola, los perros Jimi y Janis, los tres primeros gatos Ele, Ese y De, (cosas de mi madre)... de los demás gatos no puedo recordar el nombre, ni siquiera sé si llegaron a ser quince o veinte los que pululaban por allí, además teníamos gallinas, gansos, un cerdo que era igual de cariñoso que los perros y al que llamaban Campofrío (una marca de embutidos española) y decían que le habían salvado de ser un chorizo (se reían a carcajadas cuando decían esto), y casi cien cabras a las que mi madre ordeñaba diariamente.
     Mis padres; Emile Rincoh y Agathe Brousard vivían en un estado permanente de felicidad, mi padre trabajaba de carpintero, era muy habilidoso y le hacían muchos encargos, por lo que no había necesidades económicas en mi casa. Mi madre por su parte había sido cocinera en trasatlánticos de lujo antes de desembarcar en Ibiza, por lo que se entrenía  en hacer un maravilloso queso de cabra y platos preparados con él y que luego vendía a vecinos y tratantes de queso que lo exponían en mercadillos.
     Pensaban que la mejor forma de educar a sus hijos era en su propia casa y con sus propias normas, aunque las normas de mi casa eran escasas o casi nulas, hasta que alguien del ayuntamiento se presentó con una orden judicial para que nos escolarizasen inmediatamente. Les costó un mundo admitir que necesitábamos una mejor educación de la que ellos, aunque quisieran, podrían darnos jamás.
   Nuestros primeros pasos en la escuela fueron grandiosos sobre todo para mí, nunca hasta entonces había conocido a tantos niños juntos y las clases me parecían un sueño, desde el momento en que empecé a estudiar los temarios advertí en los profesores su admiración por mi evolución en todas las asignaturas. A mis hermanos por el contrario les costaba muchísimo adaptarse a ese sistema tan riguroso. Eran algunos años más mayores que yo Fredie tenía casi ocho años y Lola siete, yo solo tenía cinco. También teníamos ventaja sobre los demás niños porque además de español hablamos correctamente francés e inglés, por lo que los profesores nos ponían a ayudar a otros niños en las clases de idiomas y enseguida hicimos amigos, cada uno con los de su edad.
     Así pasaron unos años hasta que el director del colegio llamó a mis padres para comunicarles que lo mejor para mí era que ingresase en lo que se llama una escuela de genios, según me dijeron y después de hacerme unas pruebas de evaluación, mi coeficiente intelectual rebasaba la media muy por encima de todos los niños de mi colegio por lo que el director creía que estar en un nivel tan bajo para mí solo me perjudicaría y me quedaría estancada en un estrato inferior. La cuestión era que la mejor escuela en donde habían conseguido plaza estaba en Madrid y el ingreso debía ser inminente, solo había una plaza libre para una niña de doce años y estaba muy solicitada
    Mis padres se miraban y me miraban. Nunca nos habíamos separado, solo cuando mi padre o mi madre viajaban a Bélgica para solucionar asuntos de familia. Por lo que para ellos era muy duro dar una respuesta premeditada. Me preguntaron a mí y aunque yo en mi interior ardía por poder ingresar en esa escuela, les decía que eran ellos los que debían decidir, se lo decía con carita de pena, creo que ahí fue a donde empecé a comprender el poder de persuasión que una carita de pena puede conseguir. El conclave familiar decidió, que lo mejor sería que la familia viajara a la escuela de Madrid para conocerla y decidir si me convenía o no. Esta fue una decisión bastante convencional y lógica y me extraño bastante pues mis padres, casi siempre o así lo veía yo, las decisiones las tomaban sin pensárselo demasiado.
    

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