Los primeros kilómetros que recorrimos estuvieron adornados de
júbilo, cánticos y mucha algarabía, cuando llevábamos trecientos todos estábamos
casi dormidos. Mientras observaba la tranquilidad con que mi padre conducía la furgoneta,
me dedique a rememorar la noche anterior, cuando mi madre entró en nuestra
habitación, yo dormía con Lola pero ella no estaba en ese momento y se sentó en
el costado de la cama, puso la mano sobre el lecho dando unos golpecitos en la
colcha. Me estaba indicando que me sentase frente a ella. Estaba cabizbaja, pensativa.
Tendría en aquel entonces treinta y nueve años y aunque en los dos últimos años
había cogido algunos kilitos, conservaba la frescura de su juventud, su rostro
cálido y sus mejillas siempre sonrosadas invitaban a besarla constantemente.
Me miró con esos
extraordinarios ojos negros que aunque austeros a veces, mostraban en aquel
momento una ternura infinita. Acompañaba esa tierna mirada de su particular sonrisa,
articulándola de esa manera que solo ella era capaz y que siempre que se
dibujaba en su cara nos indicaba que había algo importante que escuchar. Su
postura y su semblante invitaban a preparar tus sentidos y era la forma de
transmitirte que debías estar atento a lo que iba a decir, pues era de suma
importancia. Mi madre era capaz de decir cualquier cosa solo con la mirada, podía
transmitir cualquier sentimiento que quisiera; enfado, alegría, tristeza, decepción.
Sus ojos transmitían, pero no permitían atisbar su interior. Sus pensamientos,
siempre fueron una laguna insondable para mí. Sus demostraciones de cariño eran
siempre instructivas, nunca hacía nada ni movía un solo músculo de su cuerpo sin
que de ello se pudiera extraer una enseñanza, por ínfima que fuera.
-Martine, -dijo con voz suave- sabes que si mañana el colegio es
adecuado te quedarás allí a estudiar y estarás muy lejos de nosotros. No quiero
que olvides nunca que siempre, aunque estés a tan lejos, estaremos todos juntos como si estuviéramos
aquí, en casa.
Un silencio sepulcral envolvía el dormitorio, ni siquiera se oía
a los animales moverse. Parecía una puesta en escena perfecta, estudiada al milímetro
y si no era así; la coincidencia de todos los silencios del mundo se habían
concentrado en el punto exacto donde nos encontrábamos.
-Papa, tus hermanos y yo estaríamos muy tristes si te quedaras
en esa escuela. Pero también entendemos….
Su voz se quebró, su mano izquierda se dirigió a su boca para
impedir que un sollozo emergiera de ella. El brazo derecho me abrazo con mucha
fuerza casi escuché como mis huesos se descolocaban de su posición. Y nos
fundimos en profundo abrazo. Nunca olvidaré ese momento, esa demostración de
ternura infinita que solo una madre es capaz de demostrar.
Una llamada de atención de mi padre hizo que volviera a la
realidad del viaje en nuestra vieja furgoneta. Debíamos de para a tomar algo y a
repostar. Aún nos quedaban unos kilómetros y paramos en un área de servicio
antes de llegar al colegio.
Nos bajamos de la furgoneta y nos dirigimos a la cafetería
mientras mi padre se quedó echando gasolina. Pedimos un refrigerio y en el justo
momento que entraba mi padre en la cafetería, me percaté de que no llevaba un
bolsito que siempre llevaba con mis cosas. No sabía si se me había caído o me
lo había dejado dentro del vehículo. Rápidamente salí del recinto a buscarlo,
miré en el sitio donde mi padre estuvo repostando y no lo encontré así que me acerque
a donde la había aparcado, vi con alivio que aún estaba dentro, por lo que
volví de nuevo a la cafetería. En el momento en que iba a cruzar la calle, paso
delante de mi un todo-terreno grandísimo a mi parecer, lo conducía un hombre
musculoso con gafas de sol que ni siquiera me miró, no me fije en el
acompañante que iba su derecha y sin darle más importancia entre para tomar el
postre. Al terminar de almorzar y emprender la marcha de nuevo, ocurrió algo que en ese momento me resultó
confuso. El todo terreno que había pasado a mi lado antes permanecía estacionado en
el aparcamiento aún, estaba a unos treinta metros de nosotros.
Reanudamos la marcha, yo estaba sentada en la parte de atrás, entre
mis dos hermanos. Junto a la ventanilla derecha esta vez Fredie, enganchado a
unos walkman y escuchando una cinta de cassette de su música favorita y Lola
estaría seguramente dormida ya. Mi madre llevaba el brazo casi extendido y apoyado
en la ventanilla, el cristal estaba bajado. Al pasar junto al todo-terreno que se
encontraba a nuestra derecha, mi madre,
acompañando a un sutil movimiento de cabeza hacía la derecha, levanto la palma de la mano durante unos
segundos. Miré al conductor de gafas que la miraba pero que no se inmutó, según
nos alejábamos me quede mirándole y ahora me fije perfectamente en el
acompañante, me quede petrificada, no entendía nada, no podía ser… era Desmond.
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