Desde que nos levantamos ese día todo fue un ir y venir,
preparando las maletas y los cachivaches necesarios para el viaje a Madrid. Iba
a ser desde luego un viaje divertido todo estaba casi listo. Mi padre esperaba
a Desmond un viejo amigo que algunas veces le ayudaba con sus trabajos de
carpintería. Desmond era un hombre extraño, serio e imperturbable, muy educado
y atento con nosotros. Era originario del condado de Essex en Nueva Jersey. Su
rostro era lo más parecido a lo que debe de ser un ángel, su mirada era
profunda, hipnotizante, reconozco que aunque existía gran diferencia de edad Desmond
fue mi primer pequeño amor. Me encantaba observarle, su aparente fragilidad no
se correspondía con la fuerza que sus palabras y su apostura en el trato
directo. Su apellido era Irving, y mi padre bromeaba con él diciendo que era
descendiente de Washington Irving el escritor Neoyorquino que escribió los
cuentos de la Alhambra. En uno de sus relatos Irving relata que existe un
tesoro escondido en Antequera, concretamente se refiere a una leyenda que dice
textualmente: “en cabeza de toro hallarás tesoro” (jamás nadie a encontrado
dicha cabeza de toro y menos un tesoro) y que Desmond había venido a buscarlo
por estas tierras, mi padre que a veces era un bufón; escondía su cabeza
tirando de su camisa para parecer decapitado, y hacía un sonido como si fuera
un fantasma (Washington Irving está enterrado en el cementerio de Sleepy
Hollow, la aldea a la que se refirió en su libro del jinete decapitado. Johnny
Depp protagonizó una película muchos años después) y se reía a carcajadas a
costa de la aparente timidez de Desmond aunque este permaneciera inmutable.
Como dije antes este amigo de mi padre era extrañamente educado para su
condición de “ayudante de carpintero”, siempre acompañaba a mi padre en todos
los trabajos que realizaba fuera de casa y algunas veces ayudaba en la
granjilla. Cuando les encargaban un trabajo, cargaban la furgoneta, una Dodge
Sportsman Royal Van, que mi padre decía que había pertenecido a Kurt Cobain,
con todos los aperos de la obra que iban a realizar y salían durante unos días.
Al regresar a casa mi padre siempre llegaba solo porque dejaba a Desmond en el
pueblo. Recuerdo la alegría con que le recibía porque siempre me traía alguna
chuche o juguetito de donde había estado.
Aquel día mientras
esperábamos a Desmond mi padre y mi madre estuvieron mucho tiempo hablando,
alejados de nosotros, mi madre que era mucho menos discreta que mi padre, hacía
aspavientos con las manos mientras mi padre trataba de convencerla de algo que
ni mis hermanos ni yo comprendíamos bien. Mientras seguían en su discusión
vimos como Desmond se acercaba por el
camino que iba hacía la casa. Se bajó de la moto y nos saludó con la mano y una
sonrisa. Al acercarse a mis padres mi madre dio un paso hacia adelante
acercándose a él, parecía un poco enfadada y empezaron o siguieron los tres con
la conversación que mis padres tenían antes de que llegará. Nosotros nos
mirábamos inquietos, no por lo qué estuvieran diciendo que en realidad no nos
importaba, si no porque estábamos deseando irnos.
Por fin, después de una media hora, mi padre le entrego las
llaves a Desmond y partimos para Madrid.
No hay comentarios:
Publicar un comentario