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jueves, 8 de noviembre de 2012

CAPITULO SEGUNDO: La llegada al colegio

       En el corto trayecto que nos quedaba para llegar al colegio estuve dándole vueltas al suceso del encuentro con Desmond en la gasolinera. ´"Quizá me he equivocado de persona", pensé. Seguramente mi madre solo hizo un movimiento con la mano sin más importancia, sin tener por qué ser un gesto de saludo. Deje de pensar en ello y me concentré en el viaje.
       En una hora escasa llegamos al lugar donde se encontraba ubicado el colegio "para superdotados" al que me traían. Estaba en un hermoso lugar rodeado de árboles y montes. La localidad donde se encontraba era El Escorial un turístico pueblo de la provincia de Madrid. La escuela estaba rodeada de un enorme y alto muro de piedra. En la entrada había unas rejas de hierro forjado de un tamaño descomunal. Mi padre apretó el botón del intercomunicador que debía de conectar con el interior, le contestó una voz femenina y él dijo quienes éramos y a qué veníamos. La reja empezó a abrirse articulando una sinfonía de chirridos inarmónicos, daba la sensación de que iba a derrumbarse de un momento a otro. Cuando se abrió por completo pasamos plenamente convencidos de que acabábamos de introducirnos en el escenario de una película de terror. Los árboles que flanqueaban el camino a la escuela eran enormes y muy tupidos en su copa, debían de ser centenarios nunca había visto nada igual. El camino que llevaba a la escuela terminaba en un alto, por lo que aún no podíamos divisarla. En mi mente empecé a imaginarme un lúgubre sanatorio de dementes asesinos, nada más lejos de la realizad. Al coronar el camino ese pensamiento empezó a desvanecerse al ver unas magnificas instalaciones deportivas; pistas de tenis, de atletismo y una piscina que en estos momentos estaba cubierta por una lona de color azul.
       El edificio que estaba situado al lado de las instalaciones deportivas, no era la lúgubre y tenebrosa mansión que yo había imaginado. Era un edificio de dos plantas, en forma de U aunque una de sus alas era más corta que la otra. En su interior, la U, formaba una pequeña plaza y en su centro había un estanque alargado de poca profundidad donde afloraban unos surtidores de agua, ahora sin funcionamiento. Rodeando a esta fuente había estacionados media docena de vehículos, dentro de las marcas pintadas en el pavimento, mi padre dejó la furgoneta al lado de uno de ellos.
       El edificio constaba de dos plantas, se notaba que no debía de hacer muchos años que estaba construido, aunque los árboles de la entrada y la muralla exterior delataban que aquí debía de haber habido una construcción más antigua. Un tupido manto verde de hiedra trepadora abrazaba el edificio, dejando algunos claros el las paredes y en las ventanas, lo que le daba al conjunto un aspecto casi romántico, parecía un castillo moderno.
        La entrada al edificio principal estaba en la parte central de la U. La puerta principal estaba en alto, se podía acceder a ella por unas  escaleras que se desplegaban a ambos lados y confluían en un mirador de forma semi circular, lo bordeaban unas jardineras donde había sembrados unos espesos y verdes aligustres.
        Nos disponíamos a bajar de la furgoneta cuando apareció apresuradamente una señora con evidentes signos de alegría:
  • Oh, que gran honor nos hacen al venir -dijo abriendo aparatosamente los brazos-, qué tal viaje han tenido, permítanme que les acompañe. Soy la Sra. Deall, soy la secretaría del Sr. Sugar, el director de la escuela.

       Mi padre sonrió al verla y estrecho la mano que la señora Deall le tendía, después saludo a mi madre y a mi hermano. A Lola y a mí nos dio un par de sonoros besos que hicieron que un pitido tremendo se me clavara en el oído.
  • Acompáñenme, por favor.
     Todos la seguimos, subimos las escaleras, al llegar al rellano de la puerta principal pude observar en el horizonte la maravillosa vegetación que salpicaba las laderas de los montes que rodeaban al colegio, la ausencia de vivienda alguna y una pequeña columna de neblina que se alzaba por entre la espesura del bosque le daban una apariencia casi mágica.
        Al entrar al interior nos esperaba un pequeño comité de recepción para saludarnos. Un hombre relativamente joven, muy apuesto, dio un paso hacía nosotros, se presentó como David Sugar, era el director de la escuela. Se apreciaba que estaba en una excelente forma física, un traje gris marengo y una camisa azul celeste le daban un aire distinguido, roto quizás, por una barba rala y perfectamente perfilada que le daba un toque rebelde al conjunto.
  • Encantado de tenerles entre nosotros. ¿Cómo les ha ido el viaje?
  • Muy bien, -dijo mi madre que le tendió la mano y le presentó a mi padre-.
  • Estos son nuestros hijos; Fredie, Lola y esta  es la señorita Martine -le dijo mientras tiraba de mi nuca para que me adelantase-.
       El director saludo a toda mi familia con mucha respetuosidad y cortesía, se inclinó un poco hacía mí y me extendió la mano:
  • Señorita Rincoh, he oído hablar mucho de usted. Espero que le guste el colegio. Si les parece bien antes de enseñarles nuestras instalaciones podríamos tomar un refrigerio en el comedor si les apetece -preguntó queriendo ser educado-.
  • Oh, no es necesario -dijo mi padre-, ya hemos almorzado por el camino, no muy lejos de aquí. Muchas gracias.
  • De acuerdo, antes de empezar el recorrido les presentaré a la subdirectora y jefa de estudios la señorita Farer.
  • Encantada de conocerles.
       La señorita Farer, era una mujer de mediana edad, de aspecto muy juvenil para su edad, era muy atractiva. Tenía el pelo castaño y sus ojos eran de un color miel claro que a la luz del atardecer que penetraba por las puertas de cristal, la hacían muy bella a la vista. Su estilizada figura la hacía parecer más alta de lo que en era en realidad. Iba elegantemente vestida aunque los vaqueros le daban un toque informal. Su expresión era firme y serena, esa serenidad que irradian las personas inteligentes, su mirada reflejaba ternura y compresión.
  • Yo seré tu tutora, si tus padres deciden que puedes quedarte, claro, -dijo ella sonriendo-.
       Después de las formalidades de rigor la señorita Farer me cogió de la mano y el director nos invitó a seguirle. Nos enseñó algunas aulas de clase y las aulas de especialización, una de ellas estaba llena de ordenadores, me pareció extraño porque hasta ahora solo había visto uno de verdad en el despacho del director del colegio de mi pueblo. En otra sala había dispuestos alrededor de una mesa veinte microscopios preparados para su uso. Esta sala estaba justamente al lado de un gran laboratorio.
       Cuando íbamos caminando por uno de los pasillos y el director hablaba tranquilamente con mis padres contestando a sus preguntas y aportándoles datos sobre el colegio, se oyó un ruido no muy fuerte pero completamente fuera de lugar, pues al ser un día de fin de semana solo algunos niños quedaban en el recinto, los demás estaban en sus casas.
     Inmediatamente después del ruido un niño de mi edad salió corriendo de una de las salas de ensayo con algo en la mano, era un recipiente pequeño de plástico transparente que contenía un extraño líquido azul. Llevaba puesta una enorme bata blanca con las mangas arremangadas que le hacía parecer un científico loco que acababa de probar uno de sus brebajes que le había hecho que su tamaño se redujera con respecto a la bata. Al vernos y saber que no tenía escapatoria se quedo parado mirando a todos lados, como asustado, pero se notaba que estaba fingiendo. Debía ser el típico travieso del colegio y este tipo de cosas le debían de suceder constatemente.
  • ¡José! ¿qué has hecho ahora?, le espetó el director.
  • Nada "dire", es que estaba haciendo unas pruebas de química y no sé.... no sé que ha podido pasar, -dijo el chico notablemente alterado y abriendo sus enormes ojos-.
       La señora Deall se dirigió rápidamente al laboratorio para comprobar los daños causados.
  • Anda ven aquí -dijo la señorita Farer- te voy a presentar a Martine Rincoh y a su familia, es posible que sea una nueva compañera.
  • Encantado -dijo dándome un amago de beso en la mejilla y bajando la cabeza a modo de respetuoso saludo hacia el resto de mi familia- me tengo que ir, adiós. Y salió corriendo pasillo adelante.
  • Ten cuidado -le dijo el director sin que le hiciera ningún caso-.
  • Es muy travieso pero muy, muy inteligente, mucho, -dijo la subdirectora-.
       Durante el resto de la tarde estuvimos viendo con más detenimiento las instalaciones del colegio, las diferentes salas de estudio, los laboratorios. Unas maravillosas instalaciones deportivas en el interior y una piscina cubierta en el sótano.
       Después de dos horas, terminamos la visita. Mis padres entraron con el director y la señorita Farer para concretar los términos de mi internado, en caso de que se produjese. Mientras mis hermanos y yo permanecíamos en la sala de espera, me salí un momento para ir al baño. Al terminar encontré a dos niñas en el pasillo que debían estar esperándome.
  • Hola -dijo una de ellas- yo soy Paula y ella es Patricia. ¿Nos han dicho que posiblemente te quedes con nosotras en el colegio?
  • Bueno no sé, depende de mis padres, yo soy Martine.
       Al notar mi acento andaluz, se rieron a carcajadas, no fue con mala fe, si no que simplemente les hizo gracia.
  • ¿De dónde eres? -dijo Paula.
  • He nacido en Málaga pero mis padres son belgas.
Se rieron otra vez y me preguntaron cuál iba a ser mi especialidad.
  • ¿Especialidad? -me quedé pensando un rato- no sé, aún no tengo ni idea.
  • Yo voy a ser ingeniero industrial -dijo Patricia-.
  • ¿Ah sí?
  • Si, -dijo- hace unos años, cuando era muy pequeña visité la fábrica donde hacen la Coca Cola. Allí vi esas máquinas tan enormes funcionando. Le pregunté a mi madre qué era lo que tenía que estudiar para poder construir ese tipo de máquinas y me dijó que ingeniero industrial, así que eso es lo que quiero hacer. El año que viene empiezo la carrera.
  • ¿No eres muy joven aún? -le pregunté-.
       Se volvieron a reír a carcajada limpia.
  • Te vienes a jugar con nosotras al patio de atrás, hoy no hay clases.
       Les dije que no podía, que estaba esperando a mis padres. Así que se despidieron y se fueron. Al salir mis padres del despacho, el Sr. Sugar nos acompañó hasta la salida, nos despedimos de él hasta el día siguiente que le daríamos un respuesta definitiva.
       Nos instalamos en un hotel de El Escorial y en la cena mis padres y mis hermanos no dejaban de mirarme...
  • Bueno a mi me ha gustado mucho -dije-.
       El resto de la cena estuvimos debatiendo sobre los pros y los contras de mí posible internado en la escuela. Al final se decidió que lo mejor era quedarme y probar aunque fuera unos meses. "Es una ocasión única", dijeron.
       Todos estuvimos de acuerdo que esto era lo mejor.
       Por lo que a la mañana siguiente al medio día nos dirigimos al colegio y allí me quedé. La despedida fue dolorosa y corta, así debía de ser para evitar un dramón. Sabía que una nueva vida empezaba para mí y que debía de ser fuerte. Lo que no me podía ni imaginar era la multitud de historias y aventuras que esa nueva vida me aportaría a partir de ese mismo día.
 
     
 
     
     
     
     
 
 

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