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domingo, 16 de diciembre de 2012

CONTINUARÁ ...


Hola a todos

Quisiera agradeceros a todos los que por un motivo u otro habéis seguido este blog.

Como algunos sabéis solo soy un aficionado a la escritura y este es mi primer intento serio de componer algo legible, hasta ahora mi paciencia solo me permitía escribir unas cuantas líneas y abandonaba el proyecto rápido. Pero visto lo visto creo que puedo hacer algo un poco mejor.

Me gusta mucho la idea que tengo en mente de “Las historias de Martine” pero publicar los capítulos según los voy escribiendo hace que me resulte difícil ir corrigiendo sobre lo escrito y me limita poder hacer variaciones en la trama según me van surgiendo ideas nuevas o incluso variarlo todo, no sé… Bueno la cuestión es que por ahora no voy a publicar más hasta que lo tenga todo hecho (o me lo publiquen, quién sabe…). Para cualquier sugerencia estaré en: bovile@gmail.com

Muchas gracias, sí seguiré publicando en:


domingo, 11 de noviembre de 2012

Capítulo Primero (1): Yo

      Mi nombre es Martine, Martine Rincoh. Nací en Antequera un bonito pueblo de Málaga en España. Mis padres eran dos hippies belgas que se afincaron en Ibiza en los años ochenta y que terminaron en Antequera porque fue el único sitio donde les dieron trabajo para poder mantener a una familia que sin darse cuenta, posiblemente por el LSD, se había convertido en numerosa. Mis hermanos Fredie y Lola, los perros Jimi y Janis, los tres primeros gatos Ele, Ese y De, (cosas de mi madre)... de los demás gatos no puedo recordar el nombre, ni siquiera sé si llegaron a ser quince o veinte los que pululaban por allí, además teníamos gallinas, gansos, un cerdo que era igual de cariñoso que los perros y al que llamaban Campofrío (una marca de embutidos española) y decían que le habían salvado de ser un chorizo (se reían a carcajadas cuando decían esto), y casi cien cabras a las que mi madre ordeñaba diariamente.
     Mis padres; Emile Rincoh y Agathe Brousard vivían en un estado permanente de felicidad, mi padre trabajaba de carpintero, era muy habilidoso y le hacían muchos encargos, por lo que no había necesidades económicas en mi casa. Mi madre por su parte había sido cocinera en trasatlánticos de lujo antes de desembarcar en Ibiza, por lo que se entrenía  en hacer un maravilloso queso de cabra y platos preparados con él y que luego vendía a vecinos y tratantes de queso que lo exponían en mercadillos.
     Pensaban que la mejor forma de educar a sus hijos era en su propia casa y con sus propias normas, aunque las normas de mi casa eran escasas o casi nulas, hasta que alguien del ayuntamiento se presentó con una orden judicial para que nos escolarizasen inmediatamente. Les costó un mundo admitir que necesitábamos una mejor educación de la que ellos, aunque quisieran, podrían darnos jamás.
   Nuestros primeros pasos en la escuela fueron grandiosos sobre todo para mí, nunca hasta entonces había conocido a tantos niños juntos y las clases me parecían un sueño, desde el momento en que empecé a estudiar los temarios advertí en los profesores su admiración por mi evolución en todas las asignaturas. A mis hermanos por el contrario les costaba muchísimo adaptarse a ese sistema tan riguroso. Eran algunos años más mayores que yo Fredie tenía casi ocho años y Lola siete, yo solo tenía cinco. También teníamos ventaja sobre los demás niños porque además de español hablamos correctamente francés e inglés, por lo que los profesores nos ponían a ayudar a otros niños en las clases de idiomas y enseguida hicimos amigos, cada uno con los de su edad.
     Así pasaron unos años hasta que el director del colegio llamó a mis padres para comunicarles que lo mejor para mí era que ingresase en lo que se llama una escuela de genios, según me dijeron y después de hacerme unas pruebas de evaluación, mi coeficiente intelectual rebasaba la media muy por encima de todos los niños de mi colegio por lo que el director creía que estar en un nivel tan bajo para mí solo me perjudicaría y me quedaría estancada en un estrato inferior. La cuestión era que la mejor escuela en donde habían conseguido plaza estaba en Madrid y el ingreso debía ser inminente, solo había una plaza libre para una niña de doce años y estaba muy solicitada
    Mis padres se miraban y me miraban. Nunca nos habíamos separado, solo cuando mi padre o mi madre viajaban a Bélgica para solucionar asuntos de familia. Por lo que para ellos era muy duro dar una respuesta premeditada. Me preguntaron a mí y aunque yo en mi interior ardía por poder ingresar en esa escuela, les decía que eran ellos los que debían decidir, se lo decía con carita de pena, creo que ahí fue a donde empecé a comprender el poder de persuasión que una carita de pena puede conseguir. El conclave familiar decidió, que lo mejor sería que la familia viajara a la escuela de Madrid para conocerla y decidir si me convenía o no. Esta fue una decisión bastante convencional y lógica y me extraño bastante pues mis padres, casi siempre o así lo veía yo, las decisiones las tomaban sin pensárselo demasiado.
    

sábado, 10 de noviembre de 2012

Capítulo Primero (2): Preparando el viaje


Desde que nos levantamos ese día todo fue un ir y venir, preparando las maletas y los cachivaches necesarios para el viaje a Madrid. Iba a ser desde luego un viaje divertido todo estaba casi listo. Mi padre esperaba a Desmond un viejo amigo que algunas veces le ayudaba con sus trabajos de carpintería. Desmond era un hombre extraño, serio e imperturbable, muy educado y atento con nosotros. Era originario del condado de Essex en Nueva Jersey. Su rostro era lo más parecido a lo que debe de ser un ángel, su mirada era profunda, hipnotizante, reconozco que aunque existía gran diferencia de edad Desmond fue mi primer pequeño amor. Me encantaba observarle, su aparente fragilidad no se correspondía con la fuerza que sus palabras y su apostura en el trato directo. Su apellido era Irving, y mi padre bromeaba con él diciendo que era descendiente de Washington Irving el escritor Neoyorquino que escribió los cuentos de la Alhambra. En uno de sus relatos Irving relata que existe un tesoro escondido en Antequera, concretamente se refiere a una leyenda que dice textualmente: “en cabeza de toro hallarás tesoro” (jamás nadie a encontrado dicha cabeza de toro y menos un tesoro) y que Desmond había venido a buscarlo por estas tierras, mi padre que a veces era un bufón; escondía su cabeza tirando de su camisa para parecer decapitado, y hacía un sonido como si fuera un fantasma (Washington Irving está enterrado en el cementerio de Sleepy Hollow, la aldea a la que se refirió en su libro del jinete decapitado. Johnny Depp protagonizó una película muchos años después) y se reía a carcajadas a costa de la aparente timidez de Desmond aunque este permaneciera inmutable.
       Como dije antes este amigo de mi padre era extrañamente educado para su condición de “ayudante de carpintero”, siempre acompañaba a mi padre en todos los trabajos que realizaba fuera de casa y algunas veces ayudaba en la granjilla. Cuando les encargaban un trabajo, cargaban la furgoneta, una Dodge Sportsman Royal Van, que mi padre decía que había pertenecido a Kurt Cobain, con todos los aperos de la obra que iban a realizar y salían durante unos días. Al regresar a casa mi padre siempre llegaba solo porque dejaba a Desmond en el pueblo. Recuerdo la alegría con que le recibía porque siempre me traía alguna chuche o juguetito de donde había estado.
       Aquel día mientras esperábamos a Desmond mi padre y mi madre estuvieron mucho tiempo hablando, alejados de nosotros, mi madre que era mucho menos discreta que mi padre, hacía aspavientos con las manos mientras mi padre trataba de convencerla de algo que ni mis hermanos ni yo comprendíamos bien. Mientras seguían en su discusión vimos como Desmond  se acercaba por el camino que iba hacía la casa. Se bajó de la moto y nos saludó con la mano y una sonrisa. Al acercarse a mis padres mi madre dio un paso hacia adelante acercándose a él, parecía un poco enfadada y empezaron o siguieron los tres con la conversación que mis padres tenían antes de que llegará. Nosotros nos mirábamos inquietos, no por lo qué estuvieran diciendo que en realidad no nos importaba, si no porque estábamos deseando irnos.
       Por fin, después de una media hora, mi padre le entrego las llaves a Desmond y partimos para Madrid.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Capitulo Primero (y3): La despedida


Los primeros kilómetros que recorrimos estuvieron adornados de júbilo, cánticos y mucha algarabía, cuando llevábamos trecientos todos estábamos casi dormidos. Mientras observaba la tranquilidad con que mi padre conducía la furgoneta, me dedique a rememorar la noche anterior, cuando mi madre entró en nuestra habitación, yo dormía con Lola pero ella no estaba en ese momento y se sentó en el costado de la cama, puso la mano sobre el lecho dando unos golpecitos en la colcha. Me estaba indicando que me sentase frente a ella. Estaba cabizbaja, pensativa. Tendría en aquel entonces treinta y nueve años y aunque en los dos últimos años había cogido algunos kilitos, conservaba la frescura de su juventud, su rostro cálido y sus mejillas siempre sonrosadas invitaban a besarla constantemente.

 Me miró con esos extraordinarios ojos negros que aunque austeros a veces, mostraban en aquel momento una ternura infinita. Acompañaba esa tierna mirada de su particular sonrisa, articulándola de esa manera que solo ella era capaz y que siempre que se dibujaba en su cara nos indicaba que había algo importante que escuchar. Su postura y su semblante invitaban a preparar tus sentidos y era la forma de transmitirte que debías estar atento a lo que iba a decir, pues era de suma importancia. Mi madre era capaz de decir cualquier cosa solo con la mirada, podía transmitir cualquier sentimiento que quisiera; enfado, alegría, tristeza, decepción. Sus ojos transmitían, pero no permitían atisbar su interior. Sus pensamientos, siempre fueron una laguna insondable para mí. Sus demostraciones de cariño eran siempre instructivas, nunca hacía nada ni movía un solo músculo de su cuerpo sin que de ello se pudiera extraer una enseñanza, por ínfima que fuera.

-Martine, -dijo con voz suave- sabes que si mañana el colegio es adecuado te quedarás allí a estudiar y estarás muy lejos de nosotros. No quiero que olvides nunca que siempre, aunque estés a tan lejos,  estaremos todos juntos como si estuviéramos aquí, en casa.

Un silencio sepulcral envolvía el dormitorio, ni siquiera se oía a los animales moverse. Parecía una puesta en escena perfecta, estudiada al milímetro y si no era así; la coincidencia de todos los silencios del mundo se habían concentrado en el punto exacto donde nos encontrábamos.

-Papa, tus hermanos y yo estaríamos muy tristes si te quedaras en esa escuela. Pero también entendemos….

Su voz se quebró, su mano izquierda se dirigió a su boca para impedir que un sollozo emergiera de ella. El brazo derecho me abrazo con mucha fuerza casi escuché como mis huesos se descolocaban de su posición. Y nos fundimos en profundo abrazo. Nunca olvidaré ese momento, esa demostración de ternura infinita que solo una madre es capaz de demostrar.

Una llamada de atención de mi padre hizo que volviera a la realidad del viaje en nuestra vieja furgoneta. Debíamos de para a tomar algo y a repostar. Aún nos quedaban unos kilómetros y paramos en un área de servicio antes de llegar al colegio.

Nos bajamos de la furgoneta y nos dirigimos a la cafetería mientras mi padre se quedó echando gasolina. Pedimos un refrigerio y en el justo momento que entraba mi padre en la cafetería, me percaté de que no llevaba un bolsito que siempre llevaba con mis cosas. No sabía si se me había caído o me lo había dejado dentro del vehículo. Rápidamente salí del recinto a buscarlo, miré en el sitio donde mi padre estuvo repostando y no lo encontré así que me acerque a donde la había aparcado, vi con alivio que aún estaba dentro, por lo que volví de nuevo a la cafetería. En el momento en que iba a cruzar la calle, paso delante de mi un todo-terreno grandísimo a mi parecer, lo conducía un hombre musculoso con gafas de sol que ni siquiera me miró, no me fije en el acompañante que iba su derecha y sin darle más importancia entre para tomar el postre. Al terminar de almorzar y emprender la marcha de nuevo, ocurrió algo que en ese momento me resultó confuso. El todo terreno que había pasado a mi lado antes permanecía estacionado en el aparcamiento aún, estaba a unos treinta metros de nosotros.

Reanudamos la marcha, yo estaba sentada en la parte de atrás, entre mis dos hermanos. Junto a la ventanilla derecha esta vez Fredie, enganchado a unos walkman y escuchando una cinta de cassette de su música favorita y Lola estaría seguramente dormida ya. Mi madre llevaba el brazo casi extendido y apoyado en la ventanilla, el cristal estaba bajado. Al pasar junto al todo-terreno que se encontraba a  nuestra derecha, mi madre, acompañando a un sutil movimiento de cabeza hacía la derecha,  levanto la palma de la mano durante unos segundos. Miré al conductor de gafas que la miraba pero que no se inmutó, según nos alejábamos me quede mirándole y ahora me fije perfectamente en el acompañante, me quede petrificada, no entendía nada, no podía ser… era Desmond.

jueves, 8 de noviembre de 2012

CAPITULO SEGUNDO: La llegada al colegio

       En el corto trayecto que nos quedaba para llegar al colegio estuve dándole vueltas al suceso del encuentro con Desmond en la gasolinera. ´"Quizá me he equivocado de persona", pensé. Seguramente mi madre solo hizo un movimiento con la mano sin más importancia, sin tener por qué ser un gesto de saludo. Deje de pensar en ello y me concentré en el viaje.
       En una hora escasa llegamos al lugar donde se encontraba ubicado el colegio "para superdotados" al que me traían. Estaba en un hermoso lugar rodeado de árboles y montes. La localidad donde se encontraba era El Escorial un turístico pueblo de la provincia de Madrid. La escuela estaba rodeada de un enorme y alto muro de piedra. En la entrada había unas rejas de hierro forjado de un tamaño descomunal. Mi padre apretó el botón del intercomunicador que debía de conectar con el interior, le contestó una voz femenina y él dijo quienes éramos y a qué veníamos. La reja empezó a abrirse articulando una sinfonía de chirridos inarmónicos, daba la sensación de que iba a derrumbarse de un momento a otro. Cuando se abrió por completo pasamos plenamente convencidos de que acabábamos de introducirnos en el escenario de una película de terror. Los árboles que flanqueaban el camino a la escuela eran enormes y muy tupidos en su copa, debían de ser centenarios nunca había visto nada igual. El camino que llevaba a la escuela terminaba en un alto, por lo que aún no podíamos divisarla. En mi mente empecé a imaginarme un lúgubre sanatorio de dementes asesinos, nada más lejos de la realizad. Al coronar el camino ese pensamiento empezó a desvanecerse al ver unas magnificas instalaciones deportivas; pistas de tenis, de atletismo y una piscina que en estos momentos estaba cubierta por una lona de color azul.
       El edificio que estaba situado al lado de las instalaciones deportivas, no era la lúgubre y tenebrosa mansión que yo había imaginado. Era un edificio de dos plantas, en forma de U aunque una de sus alas era más corta que la otra. En su interior, la U, formaba una pequeña plaza y en su centro había un estanque alargado de poca profundidad donde afloraban unos surtidores de agua, ahora sin funcionamiento. Rodeando a esta fuente había estacionados media docena de vehículos, dentro de las marcas pintadas en el pavimento, mi padre dejó la furgoneta al lado de uno de ellos.
       El edificio constaba de dos plantas, se notaba que no debía de hacer muchos años que estaba construido, aunque los árboles de la entrada y la muralla exterior delataban que aquí debía de haber habido una construcción más antigua. Un tupido manto verde de hiedra trepadora abrazaba el edificio, dejando algunos claros el las paredes y en las ventanas, lo que le daba al conjunto un aspecto casi romántico, parecía un castillo moderno.
        La entrada al edificio principal estaba en la parte central de la U. La puerta principal estaba en alto, se podía acceder a ella por unas  escaleras que se desplegaban a ambos lados y confluían en un mirador de forma semi circular, lo bordeaban unas jardineras donde había sembrados unos espesos y verdes aligustres.
        Nos disponíamos a bajar de la furgoneta cuando apareció apresuradamente una señora con evidentes signos de alegría:
  • Oh, que gran honor nos hacen al venir -dijo abriendo aparatosamente los brazos-, qué tal viaje han tenido, permítanme que les acompañe. Soy la Sra. Deall, soy la secretaría del Sr. Sugar, el director de la escuela.

       Mi padre sonrió al verla y estrecho la mano que la señora Deall le tendía, después saludo a mi madre y a mi hermano. A Lola y a mí nos dio un par de sonoros besos que hicieron que un pitido tremendo se me clavara en el oído.
  • Acompáñenme, por favor.
     Todos la seguimos, subimos las escaleras, al llegar al rellano de la puerta principal pude observar en el horizonte la maravillosa vegetación que salpicaba las laderas de los montes que rodeaban al colegio, la ausencia de vivienda alguna y una pequeña columna de neblina que se alzaba por entre la espesura del bosque le daban una apariencia casi mágica.
        Al entrar al interior nos esperaba un pequeño comité de recepción para saludarnos. Un hombre relativamente joven, muy apuesto, dio un paso hacía nosotros, se presentó como David Sugar, era el director de la escuela. Se apreciaba que estaba en una excelente forma física, un traje gris marengo y una camisa azul celeste le daban un aire distinguido, roto quizás, por una barba rala y perfectamente perfilada que le daba un toque rebelde al conjunto.
  • Encantado de tenerles entre nosotros. ¿Cómo les ha ido el viaje?
  • Muy bien, -dijo mi madre que le tendió la mano y le presentó a mi padre-.
  • Estos son nuestros hijos; Fredie, Lola y esta  es la señorita Martine -le dijo mientras tiraba de mi nuca para que me adelantase-.
       El director saludo a toda mi familia con mucha respetuosidad y cortesía, se inclinó un poco hacía mí y me extendió la mano:
  • Señorita Rincoh, he oído hablar mucho de usted. Espero que le guste el colegio. Si les parece bien antes de enseñarles nuestras instalaciones podríamos tomar un refrigerio en el comedor si les apetece -preguntó queriendo ser educado-.
  • Oh, no es necesario -dijo mi padre-, ya hemos almorzado por el camino, no muy lejos de aquí. Muchas gracias.
  • De acuerdo, antes de empezar el recorrido les presentaré a la subdirectora y jefa de estudios la señorita Farer.
  • Encantada de conocerles.
       La señorita Farer, era una mujer de mediana edad, de aspecto muy juvenil para su edad, era muy atractiva. Tenía el pelo castaño y sus ojos eran de un color miel claro que a la luz del atardecer que penetraba por las puertas de cristal, la hacían muy bella a la vista. Su estilizada figura la hacía parecer más alta de lo que en era en realidad. Iba elegantemente vestida aunque los vaqueros le daban un toque informal. Su expresión era firme y serena, esa serenidad que irradian las personas inteligentes, su mirada reflejaba ternura y compresión.
  • Yo seré tu tutora, si tus padres deciden que puedes quedarte, claro, -dijo ella sonriendo-.
       Después de las formalidades de rigor la señorita Farer me cogió de la mano y el director nos invitó a seguirle. Nos enseñó algunas aulas de clase y las aulas de especialización, una de ellas estaba llena de ordenadores, me pareció extraño porque hasta ahora solo había visto uno de verdad en el despacho del director del colegio de mi pueblo. En otra sala había dispuestos alrededor de una mesa veinte microscopios preparados para su uso. Esta sala estaba justamente al lado de un gran laboratorio.
       Cuando íbamos caminando por uno de los pasillos y el director hablaba tranquilamente con mis padres contestando a sus preguntas y aportándoles datos sobre el colegio, se oyó un ruido no muy fuerte pero completamente fuera de lugar, pues al ser un día de fin de semana solo algunos niños quedaban en el recinto, los demás estaban en sus casas.
     Inmediatamente después del ruido un niño de mi edad salió corriendo de una de las salas de ensayo con algo en la mano, era un recipiente pequeño de plástico transparente que contenía un extraño líquido azul. Llevaba puesta una enorme bata blanca con las mangas arremangadas que le hacía parecer un científico loco que acababa de probar uno de sus brebajes que le había hecho que su tamaño se redujera con respecto a la bata. Al vernos y saber que no tenía escapatoria se quedo parado mirando a todos lados, como asustado, pero se notaba que estaba fingiendo. Debía ser el típico travieso del colegio y este tipo de cosas le debían de suceder constatemente.
  • ¡José! ¿qué has hecho ahora?, le espetó el director.
  • Nada "dire", es que estaba haciendo unas pruebas de química y no sé.... no sé que ha podido pasar, -dijo el chico notablemente alterado y abriendo sus enormes ojos-.
       La señora Deall se dirigió rápidamente al laboratorio para comprobar los daños causados.
  • Anda ven aquí -dijo la señorita Farer- te voy a presentar a Martine Rincoh y a su familia, es posible que sea una nueva compañera.
  • Encantado -dijo dándome un amago de beso en la mejilla y bajando la cabeza a modo de respetuoso saludo hacia el resto de mi familia- me tengo que ir, adiós. Y salió corriendo pasillo adelante.
  • Ten cuidado -le dijo el director sin que le hiciera ningún caso-.
  • Es muy travieso pero muy, muy inteligente, mucho, -dijo la subdirectora-.
       Durante el resto de la tarde estuvimos viendo con más detenimiento las instalaciones del colegio, las diferentes salas de estudio, los laboratorios. Unas maravillosas instalaciones deportivas en el interior y una piscina cubierta en el sótano.
       Después de dos horas, terminamos la visita. Mis padres entraron con el director y la señorita Farer para concretar los términos de mi internado, en caso de que se produjese. Mientras mis hermanos y yo permanecíamos en la sala de espera, me salí un momento para ir al baño. Al terminar encontré a dos niñas en el pasillo que debían estar esperándome.
  • Hola -dijo una de ellas- yo soy Paula y ella es Patricia. ¿Nos han dicho que posiblemente te quedes con nosotras en el colegio?
  • Bueno no sé, depende de mis padres, yo soy Martine.
       Al notar mi acento andaluz, se rieron a carcajadas, no fue con mala fe, si no que simplemente les hizo gracia.
  • ¿De dónde eres? -dijo Paula.
  • He nacido en Málaga pero mis padres son belgas.
Se rieron otra vez y me preguntaron cuál iba a ser mi especialidad.
  • ¿Especialidad? -me quedé pensando un rato- no sé, aún no tengo ni idea.
  • Yo voy a ser ingeniero industrial -dijo Patricia-.
  • ¿Ah sí?
  • Si, -dijo- hace unos años, cuando era muy pequeña visité la fábrica donde hacen la Coca Cola. Allí vi esas máquinas tan enormes funcionando. Le pregunté a mi madre qué era lo que tenía que estudiar para poder construir ese tipo de máquinas y me dijó que ingeniero industrial, así que eso es lo que quiero hacer. El año que viene empiezo la carrera.
  • ¿No eres muy joven aún? -le pregunté-.
       Se volvieron a reír a carcajada limpia.
  • Te vienes a jugar con nosotras al patio de atrás, hoy no hay clases.
       Les dije que no podía, que estaba esperando a mis padres. Así que se despidieron y se fueron. Al salir mis padres del despacho, el Sr. Sugar nos acompañó hasta la salida, nos despedimos de él hasta el día siguiente que le daríamos un respuesta definitiva.
       Nos instalamos en un hotel de El Escorial y en la cena mis padres y mis hermanos no dejaban de mirarme...
  • Bueno a mi me ha gustado mucho -dije-.
       El resto de la cena estuvimos debatiendo sobre los pros y los contras de mí posible internado en la escuela. Al final se decidió que lo mejor era quedarme y probar aunque fuera unos meses. "Es una ocasión única", dijeron.
       Todos estuvimos de acuerdo que esto era lo mejor.
       Por lo que a la mañana siguiente al medio día nos dirigimos al colegio y allí me quedé. La despedida fue dolorosa y corta, así debía de ser para evitar un dramón. Sabía que una nueva vida empezaba para mí y que debía de ser fuerte. Lo que no me podía ni imaginar era la multitud de historias y aventuras que esa nueva vida me aportaría a partir de ese mismo día.
 
     
 
     
     
     
     
 
 

miércoles, 7 de noviembre de 2012

CAPITULO TERCERO: Compañeros


         Han pasado tres años desde aquel día. Mi adaptación fue algo más lenta de los esperado, el apoyo de los profesores y  de mis compañeros de colegio fueron transcendentales para ello y para poder sobreponerme de la incertidumbre de los primeros días en que, lógicamente, echaba de menos a mi familia y a mi casa.
         Durante esos años fui haciendo amigos como Paula, mi compañera de habitación y con la que compartí confidencias y secretos.
Patricia que consiguió su ingeniería industrial y empezó a prepararse para otra especialidad científica. Recuerdo con agrado que en algunas ocasiones,  los fines de semana que quedábamos pocos alumnos en la escuela, Patricia nos llevaba su casa y pasábamos una noche divertida en compañía de  su madre; Teresa una mujer encantadora,  que fue modelo en sus años mozos y que ahora tenía un taller de costura. Nos preparaba un excelente chocolate caliente con unos pastelillos de mazapán que eran típicos de su pueblo Consuegra en Toledo y del que nos pasábamos horas escuchando historias y leyendas,  sobre todo del Quijote.
Con José, que solo con acordarme de la gran bata blanca que llevaba puesta el primer día que entré en el colegio aún me hacen sonreír. No me equivoqué en absoluto al pensar ese día que debía ser el chico travieso del colegio, nos divertíamos al máximo con sus ocurrencias y sus diabluras que parecía que no tuvieran fin.
Otros compañeros compartían las aulas con nosotros. Siempre pensé que educar a niños que sus temas de conversación solían ser la conjetura de Brich y Swinnerton o la hipótesis de Rienmann, entre otras muchas de ese estilo y oír hablar de Maxwell y Gödel y otros por estilo debía resultar agotador para los profesores, pero la mayoría ellos también habían sido genios precoces en su infancia y me imagino que debían conocer de primera mano las consecuencia de convivir con ellos. 
         Los profesores fueron esenciales para conseguir mi adaptación, sobre todo la señorita Carmen Farer la subdirectora y mi tutora personal, ella fue quién guió mis pasos en todo momento, me acogió como una hija. Recuerdo que dábamos largos paseos por un pequeño bosque de encinas que se encontraba en la parte de atrás del edificio central, justo al lado de las casas de los profesores o nos sentábamos en unos bancos al lado de un pequeño lago artificial donde, cuando hacía buen tiempo,  practicábamos natación, buceo y piragüismo. En estos paseos la señorita Farer me instruía sobre aspectos que no trabajábamos en clase con los demás alumnos, aspectos de la vida y de lo esencial que era estar bien preparado en caso de que surgieran dificultades. Al principio me extrañaba esta aptitud que, aparentemente,  no compartía con otros alumnos, solo conmigo, pero terminé por acostumbrarme. Después de algún tiempo empecé a pensar que mi estancia allí estaba un poco fuera de lugar, pues aunque reconozco que soy inteligente no llego ni por ensueño al nivel y a la capacidad intelectual de mis compañeros. La señorita Farer se ocupaba de no dar importancia a este hecho diciéndome que cada uno aportaba a “nuestra pequeña sociedad”,  como ella lo llamaba, lo que llevaba dentro y lo que yo llevaba dentro seguro que era mucho más importante que toda la sabiduría de mis compañeros.
Recuerdo que siempre que se refería a mí en estos términos, se dibuja en su rostro una sonrisa que no podía o no quería ocultar:
-      - Tu tienes otras capacidades que ellos no tienen y las irás encontrando según vaya pasando el tiempo.
El camino para encontrar esas cualidades no te será fácil, por eso estas aquí para instruirte y que sepas asimilarlas cuando las encuentres. Tus compañeros van a ser transcendentales en tu vida van a formar parte de ella irremediablemente. Tienes que fijarte bien en ellos y en qué es lo que se están especializando y para qué pueden serte útiles. Tienes una obligación vital con ellos y es crear lazos que deben ir afianzándose en el tiempo. Todas las personas que trabajan en el centro tienen relación directa contigo, estúdialos detenidamente.
Aún es pronto para que comprendas todo, pero ya es hora de que tu misma vayas buscando respuestas.
Francamente en ese momento no sabía ni por ensueño a qué se refería.
 Pasó algún tiempo para que lo pudiera comprender y comprobar la razón que la señorita Farer tenía.
Comencé desde entonces a analizar uno a uno a mis compañeros y siguiendo las indicaciones de mi tutora, en qué se estaban especializando, buscaba el por qué habrían de serme útiles a mí unos genios que se estaban especializando en campos tan diversos:

Paula: Física cuántica, se ocupaba de diferentes teorías. Tenía comunicación directa con redes de información confidencial, nadie sabía como tenía acceso a ese tipo de información.

Patricia: Ingeniería industrial, ingeniera aeroespacial. Todo su interés estaba puesto en el diseño de todo tipo de aparatos, sobre todo satélites de telecomunicaciones, en una ocasión se la llevaron durante un par semanas y cuando vino dijo que había estado en la NASA. No nos lo creímos.

Raúl: Ingeniero informático y de sistemas de computación, teoría de autómatas, inteligencia artificial, reconocimiento de patrones o redes neuronales diseño de algoritmos, lenguajes de computación, ingeniería del software. Su profesor era Roberto que nos enseñaba a todos informática y era un hombre excepcional.

Joseph: Se especializó en telecomunicaciones y aunque no era oficial todos pensábamos que algún profesor oculto le enseñaba técnicas de investigación y rastreo porque se enteraba de absolutamente todo lo que pasaba en el colegio. Era un conseguidor nato, podía busca y encontrar cualquier cosa que se le pidiera.

William: Las matemáticas eran para él como un juguete para un niño. Buceaba en libros, en internet. Sus especialidades eran: álgebra, análisis matemático, aritmética, geometría, lógica matemática, matemáticas aplicadas y discretas, teoría de números y topología.

Virgil: Era delegado de clase como William y su especialidad era el diseño de sistemas de seguridad estudiaba para ello todo tipo de sistemas de comunicación, cámaras de todo tipo y siempre se le veía en el laboratorio trajinando con rayos laser de todos lo colores. También se especializó en mecánica.

Julien: Su especialidad era la química, se dedicaba al estudio de química orgánica e inorgánica, bioquímica, química analítica y neuroquímica.

Peter: Estudiaba arquitectura devoraba planos de edificios. Le encantaba escrutar planos de edificios antiguos y averiguar dónde se encontraban los pasadizos secretos, buscar huecos escondidos que no encajaban en los planos, decía que allí siempre había algún escondrijo y posiblemente un tesoro o un muerto. Era muy fantasioso con estas cosas.

Pilar: Idiomas. Conocía y hablaba a la perfección casi todos los idiomas importantes conocidos, estudiaba sin cesar dialectos de todos los continentes, algunos ya desaparecidos. Se la veía emitir extraños sonidos intentando reproducir la dicción original. Las únicas lenguas que se le atragantaban un poco eran las antiguas leguas joisanas africanas. Nos reíamos mucho con ella cuando nos la cruzábamos en el pasillo e iba emitiendo chasquidos con la lengua, nadie se podía imaginar que estaba hablando un idioma khoisán.

Mary C.: Se especializó en medicina y farmacología. Le encantaba sobre todo estudiar todos los tipos de venenos naturales y artificiales. Ella era la única que tenía acceso a una parte del invernadero donde había una cantidad considerable de plantas venenosas. Se especializó en el estudio de todos sus antídotos.

Toñi: Planos y más planos, bidimensionales, y tridimensionales ocupaban la pantalla del ordenador de Toñi, estudiaba topografía y siempre llevaba una gran lupa en la frente para escudriñar los planos de todo tipo y que casi siempre llevaba enrollados debajo del brazo.

Giulia: Giulia estudiaba técnicas de investigación, criminalística antropología analítica, antropología científica, etc. Era la única que tenía acceso, aparte de los profesores, a una sala donde había animales, nunca nadie más que ella entraba en esa sala. Todas nos temíamos que hiciera experimentos con ellos aunque siempre lo negara.

Y…. José mi gran amigo, el diablillo del colegio que estudiaba varias de las disciplinas que hacían mis compañeros pero su especialidad era la lógica. Su ocupación principal era la aplicación de la lógica en todos sus sentidos a cualquier formulación que se le presentaba.
Todos mis compañeros resultarían transcendentales en mi vida, como dijo la señorita Farer. Pero él sería, sin lugar a dudas, la pieza más importante y decisoria de todo lo que estaba por acontecer en el futuro. 
Estos eran mis compañeros con los que tenía más trato. Había otros en otras aulas y disciplinas con los que apenas hablábamos y era una incógnita para nosotros saber a qué se dedicaban.
Los profesores eran siempre los mismos, con los que más trato tenía era con la Srta. Farer, Roberto, el Sr. Sugar y otros tantos que se ocupaban de cada materia que se desarrollaba en el centro.
Yo no tenía una especialidad clara, me dedicaba a estudiar un poco de todo; prácticamente era un resumen de los estudios de todos mis compañeros terminé la carrera de derecho internacional porque simplemente ninguno de ellos lo hacía.
Aparte de las asignaturas que antes he mencionado la señorita Farer se ocupaba de aleccionarme en otras materias que ningún otro alumno cursaba; dicción, protocolo, supervivencia en medios extremos, artes marciales y de defensa y manejo de diferentes armas de fuego y construcción armas rudimentarias. Me tenían prohibido hablar de estas prácticas con ninguno de mis compañeros, ninguno de ellos conocía esa vertiente de mí educación. Ni siquiera yo conocía hasta qué punto sería importante para mí conocer estas habilidades. Pensé en más de una ocasión que estaban preparándome para ser una espía; y me encantaba la idea, pero nada más lejos de la realidad.
En el centro también trabajaban otras personas; estaba el personal de comedor que se componía de una cocinera y dos ayudantes. Además del personal de administración y limpieza.
Había un extraño personaje que entró a trabajar algunos pocos días después de yo ingresara en el centro. Se llamaba Ángel y se ocupaba del mantenimiento, era un hombre fornido, serio apenas hablaba con nadie. Curiosamente siempre me lo encontraba en casi todos los sitios donde yo estaba. Incluso cuando daba mis paseos con la Srta. Farer, él invariablemente se encontraba cerca reparando o construyendo algo. No me causaba temor cuando me cruzaba con él, aunque nunca intercambié ni una palabra, al contrarío su robusto cuerpo me ofrecía seguridad. Nadie lo sabía pero yo siempre pensé que era el hombre que conducía la furgoneta y que supuestamente acompañaba a Desmond el día que venía con mis padres para ingresar en la escuela.

martes, 6 de noviembre de 2012

CAPÍTULO CUARTO. El rapto de Martine.



Recuerdo mi décimo octavo cumpleaños con especial cariño, pues ese verano fue la última vez que pisé en la que hasta entonces fue mi casa, nunca jamás regresaría. Ese 15 de septiembre de 2002, recuerdo que era domingo, hicimos una pequeña fiesta por la mañana, solo estábamos; mis padres, Desmond y yo, mi hermana estaba pasando las vacaciones en Amberes, en el pueblo de origen de mis padres. Mi hermano se fue a estudiar dos años antes a la universidad de Stanford y este verano no había venido como los años anteriores, según me dijeron mis padres vivía con una californiana en Palo Alto y decidieron pasar el verano allí.
Después de la fiesta tenía que partir de nuevo hacia la escuela, porque las clases comenzaban el día siguiente. Me fui con Desmond aprovechando que él tenía que ir a Madrid por asuntos de trabajo.
Durante el viaje fuimos conversando sobre mis clases y otras cosas intranscendentes. En un momento de la conversación me asaltó la necesidad de preguntarle sobre su aparición en la gasolinera el día en que mis padres me llevaban al colegio por primera vez. Habían pasado cinco años desde entonces, pero la curiosidad era más fuerte que yo. Después de explicarle lo que creí ver ese día le comenté también que creí que Ángel, el encargado de mantenimiento de la escuela, era la persona que le acompañaba.
El escuchó con interés y solo dijo: “Vaya parece que eres muy observadora” y sonrió.
Yo me quedé mirándole, esperando otro tipo de respuesta que me aclarase algo más, pero él siguió conduciendo sin inmutarse. Al cabo de un rato me miró y dijo:

-      Martine tienes razón ese día un compañero y yo nos dirigíamos a una reunión de un negocio que teníamos entre manos. La verdad no conozco al señor que se encarga del mantenimiento de tu 3E (así se llamaba mi escuela “Escuela de Estudios Especiales”; Tres-E), pero estoy casi seguro que no es la persona que me acompañaba ese día. De hecho fue él el que me dijo que os había visto en la gasolinera, él conocía también a tu padre. Cuando quise llamar vuestra atención para saludaros ya habíais emprendido la marcha de nuevo, -hizo una pausa volvió a sonreír y dijo-,  entonces no teníamos móviles.
 
Era evidente que me mentía, porque yo le había visto en alguna ocasión con un enorme teléfono móvil que llevaba colgado del cinturón, aunque sí es verdad que nunca le vi utilizarlo. Le miré y le dije: ¡Embustero!, él se rio y yo también.

-      Martine, me gustaría hacerte un regalo por tu cumpleaños, -dijo sacando de la guantera un pequeño paquetito envuelto en papel de regalo con un lazo dorado-. Ya eres mayor de edad y me gustaría entregarte este recuerdo. Me gustaría que lo conservaras con especial cuidado pues era de mi esposa.
Según tenía entendido; Desmond había quedado viudo cuando yo apenas tenía un año.
Se trataba de un colgante de forma perfectamente cúbica un hexaedro perfectamente regular. Era una gema de color violeta engastada dentro de una estructura de plata que la cubría por sus aristas, dejando las caras de la gema al descubierto, era pequeña no sobrepasaba el centímetro de altura, el cordón era del cuero negro de los llamados “pelo de ballena”.

-      Oh, gracias, -le dije-. Desmond creo que es demasiado para mi, no sé si podré aceptarlo. Es un recuerdo precioso.

-      Te he visto crecer desde que eras un bebé, Martine, -dijo en tono muy serio-. Tengo mucho que agradecer a tu padre que me acogió como a un hermano en momentos difíciles. Además si mi esposa no hubiera fallecido quizás hubiéramos tenido una hija, que sería aproximadamente de tu edad. Aunque no lo creas siempre te he visto como si fueras una hija.

-      Adiós a mis esperanzas, -pensé-. Pues Desmond me seguía pareciendo un hombre muy atractivo.

-      Muchas gracias, -le dije-. Y me la puse al cuello. La conservaré con cariño y mucho cuidado. Me acerqué a su cara mientras conducía y le di un beso, el sonrió.

Él sonrió, pero desde entonces vi a Desmond como otro padre y no como mi posible amor maduro…
Nos aproximábamos a la escuela quedaban unos cuantos metros para llegar a la gran puerta de hierro que tanto me impresionó cuando ingresé, aunque la habían arreglado y ya no chirriaba al abrirse. Desmond  frenó en seco a pocos metros.

-      La puerta está abierta, -dijo con brusquedad-.
-      Bueno quizá la hayan dejado abierta porque los alumnos regresan hoy de las vacaciones y no se querrán molestar en estar abriendo y cerrando, -dije yo-.
-      ¡No ellos saben que siempre tiene que estar cerrada!, -dijo de forma brusca y me miró como si hubiera cometido la torpeza de decir algo que no debía-.

Yo le miré con extrañeza, ¿cómo que…? -pensé-.

-      ¿Qué estás diciendo? Desmond.
-      Quédate aquí, -dijo mientras se bajaba del coche, mirando en todas direcciones-.

Cerró la puerta del coche y cogió su teléfono. Vi como marcaba un número y se lo acercaba al oído.
Yo tenía mi ventanilla bajada y oí un ruido tremendo de coches que arrancaban, a continuación los motores empezaron a rugir por el efecto de una aceleración. El ruido venía de todas direcciones. Desmond abrió la puerta del coche y sin colgar aún el teléfono le dijo a la persona con la que hablaba: - rápido a mi espalda, cúbreme la salida-.

-      ¿Qué pasa Desmond?, -dije asustada- ¿Qué está pasando?

-      El me miró, -agárrate y no te preocupes por nada, solo sujétate bien-. Tenemos que salir de aquí.

Arrancó y salió como alma que lleva el diablo. Hizo un viraje de película poniendo el coche en dirección contraría a la que estaba y volvimos a bajar por el camino. Al hacer esa maniobra  pude ver como un gran todoterreno se ponía detrás nuestro, escoltándonos,  Desmond lo miró por el retrovisor y no se inmutó. Yo miré hacía atrás para verlo pero Desmond me gritó: ¡Martine siéntate bien, por favor!. Rápidamente me coloque en mi asiento, solo pude ver como otro todoterreno salía a toda velocidad por la puerta del colegio y nos perseguía. A la vez otros dos Land Rover bajaban por las laderas a ambos lados del camino. Iban campo a través, sorteando todo tipo de obstáculos. Era evidente que nos perseguían.
¡Pero qué estaba pasando!, no podía entender nada.
Desmond conducía de forma frenética, él también vio los vehículos que bajaban y aceleró para que no nos cortaran el paso. Algo que parecía que iba a pasar. Cogió de nuevo el teléfono y me lo dio: Marca rellamada, -dijo-, y dámelo.
Hice lo que me dijo y cogió el teléfono.

-      Tenéis que parar al que va detrás vuestro, yo intentaré pasar por delante de los de aquí.

Miré hacía atrás y vi como el coche que nos precedía se paraba, dos hombres bajaron de forma precipitada y corrían hacía la parte de atrás del vehículo empuñando unas pistolas que acababan de sacar de su cinturón  y como se disponían a disparar cuando Desmond me volvió a coger fuertemente del brazo, para indicarme que me colocara bien. Según nos alejábamos se oyeron varios disparos.

Sobrepasamos al coche que se acercaba por nuestra derecha dejándolo atrás. Por el retrovisor vi como se colocaba a nuestra espalda después de un brusco derrapaje. Pero no pudimos sobrepasar al que se abalanzaba por la izquierda.
Lo último que recuerdo de aquello fue el gran impacto del todoterreno que se arrojó literalmente sobre nosotros, haciendo que empezáramos a dar vueltas de campana. Todo se movía con violencia extrema, mi cuerpo entero se golpeaba contra los laterales del coche, saltaron los airbag, lo que hizo que apenas pudiera ver nada más. No sentía miedo solo quería agarrarme a algo, aunque sin conseguirlo. Para nuestra desgracia recibimos el impacto en el momento en que la parte derecha del camino había cambiado de ser una ladera que vertía sobre nosotros a ser un terraplén por el que caímos rodando. Todo acabó con un tremendo golpe en seco contra algo que debía de ser una enorme roca, por el efecto del golpe mi cabeza dio un latigazo tremendo, casi mortal. El coche quedó parado sobre sus cuatro ruedas o lo que quedara de ellas.
Había una absoluta quietud a mí alrededor. Miré a Desmond que tenía toda la cabeza ensangrentada y girada hacía el exterior estaba inconsciente por lo que no pude verle el rostro, pensé que había muerto.
Oí pasos, llegaban de todas direcciones, noté como se me nublaba la vista y un tremendo malestar se apoderó de mí, en ese momento perdí el conocimiento.
Lo siguiente que recuerdo es recuperar por un momento la consciencia, estaba echada en una cama, no era un hospital ni nada parecido, podía apreciar el olor a rancio y a humedad en el ambiente. Apenas pude entreabrir uno de mis ojos y vi que estaba entubada, no pude ver si era sangre o suero lo que me estaban inyectando. Apenas había luz, no podía saber si era de día o de noche o cuanto tiempo había estado sin conocimiento. Me dolía todo el cuerpo, notaba como algunos de mis huesos estaban fuera de su sitio, mi cara debía de  haber sufrido algún corte porque notaba la humedad de la sangre en la herida.
El pecho estaba al borde de estallarme, apenas podía respirar, me costaba aspirar el aire viciado de la habitación, me estaba muriendo, vi claramente que estaba en las últimas, que no podría salir de este trance. Notaba como se me escapaba la vida, como se diluía, sí esa es la palabra, mi yo físico se estaba diluyendo en otra realidad y notaba como se producía esa fusión inmaterial. Noté como alguien me cogía de la muñeca y ponía la mano en mi cuello para comprobar las pulsaciones.
 Pero todo fue en vano. Empecé a notar como el dolor que me atenazaba se disolvía en el éter, iba dejando de doler por momentos. Mi mente empezó a penetrar en otro estado, algo absolutamente diferente a lo vivido hasta ahora. Era una sensación extrañísima, agradable. No poseía carne, cuerpo, no veía nada; ni luz ni oscuridad, no tenía sensación de ingravidez pero tampoco de poseer peso alguno. Sin embargo podía sentir algo sublime, inexplicable. Comprendí y fui consciente de ello; acababa de morir.