Recuerdo mi décimo octavo cumpleaños con especial cariño,
pues ese verano fue la última vez que pisé en la que hasta entonces fue mi
casa, nunca jamás regresaría. Ese 15 de septiembre de 2002, recuerdo que era domingo,
hicimos una pequeña fiesta por la mañana, solo estábamos; mis padres, Desmond y
yo, mi hermana estaba pasando las vacaciones en Amberes, en el pueblo de origen
de mis padres. Mi hermano se fue a estudiar dos años antes a la universidad de
Stanford y este verano no había venido como los años anteriores, según me
dijeron mis padres vivía con una californiana en Palo Alto y decidieron pasar
el verano allí.
Después de la fiesta tenía que partir de nuevo hacia
la escuela, porque las clases comenzaban el día siguiente. Me fui con Desmond aprovechando
que él tenía que ir a Madrid por asuntos de trabajo.
Durante el viaje fuimos conversando sobre mis clases y
otras cosas intranscendentes. En un momento de la conversación me asaltó la necesidad
de preguntarle sobre su aparición en la gasolinera el día en que mis padres me
llevaban al colegio por primera vez. Habían pasado cinco años desde entonces,
pero la curiosidad era más fuerte que yo. Después de explicarle lo que creí ver
ese día le comenté también que creí que Ángel, el encargado de mantenimiento de
la escuela, era la persona que le acompañaba.
El escuchó con interés y solo dijo: “Vaya parece que
eres muy observadora” y sonrió.
Yo me quedé mirándole, esperando otro tipo de
respuesta que me aclarase algo más, pero él siguió conduciendo sin inmutarse.
Al cabo de un rato me miró y dijo:
-
Martine tienes razón ese día un compañero y yo nos dirigíamos
a una reunión de un negocio que teníamos entre manos. La verdad no conozco al
señor que se encarga del mantenimiento de tu 3E (así se llamaba mi escuela “Escuela
de Estudios Especiales”; Tres-E), pero estoy casi seguro que no es la persona
que me acompañaba ese día. De hecho fue él el que me dijo que os había visto en
la gasolinera, él conocía también a tu padre. Cuando quise llamar vuestra
atención para saludaros ya habíais emprendido la marcha de nuevo, -hizo una
pausa volvió a sonreír y dijo-, entonces
no teníamos móviles.
Era evidente que me mentía, porque yo le había visto
en alguna ocasión con un enorme teléfono móvil que llevaba colgado del
cinturón, aunque sí es verdad que nunca le vi utilizarlo. Le miré y le dije: ¡Embustero!,
él se rio y yo también.
-
Martine, me gustaría hacerte un regalo por tu
cumpleaños, -dijo sacando de la guantera un pequeño paquetito envuelto en papel
de regalo con un lazo dorado-. Ya eres mayor de edad y me gustaría entregarte
este recuerdo. Me gustaría que lo conservaras con especial cuidado pues era de
mi esposa.
Según tenía entendido; Desmond había quedado viudo
cuando yo apenas tenía un año.
Se trataba de un colgante de forma perfectamente
cúbica un hexaedro perfectamente regular. Era una gema de color violeta
engastada dentro de una estructura de plata que la cubría por sus aristas, dejando
las caras de la gema al descubierto, era pequeña no sobrepasaba el centímetro
de altura, el cordón era del cuero negro de los llamados “pelo de ballena”.
-
Oh, gracias, -le dije-. Desmond creo que es demasiado
para mi, no sé si podré aceptarlo. Es un recuerdo precioso.
-
Te he visto crecer desde que eras un bebé, Martine,
-dijo en tono muy serio-. Tengo mucho que agradecer a tu padre que me acogió
como a un hermano en momentos difíciles. Además si mi esposa no hubiera
fallecido quizás hubiéramos tenido una hija, que sería aproximadamente de tu
edad. Aunque no lo creas siempre te he visto como si fueras una hija.
-
Adiós a mis esperanzas, -pensé-. Pues Desmond me
seguía pareciendo un hombre muy atractivo.
-
Muchas gracias, -le dije-. Y me la puse al cuello. La
conservaré con cariño y mucho cuidado. Me acerqué a su cara mientras conducía y
le di un beso, el sonrió.
Él sonrió, pero desde entonces vi a Desmond como otro padre
y no como mi posible amor maduro…
Nos aproximábamos a la escuela quedaban unos cuantos metros
para llegar a la gran puerta de hierro que tanto me impresionó cuando ingresé,
aunque la habían arreglado y ya no chirriaba al abrirse. Desmond frenó en seco a pocos metros.
-
La puerta está abierta, -dijo con brusquedad-.
-
Bueno quizá la hayan dejado abierta porque los alumnos
regresan hoy de las vacaciones y no se querrán molestar en estar abriendo y
cerrando, -dije yo-.
-
¡No ellos saben que siempre tiene que estar cerrada!,
-dijo de forma brusca y me miró como si hubiera cometido la torpeza de decir
algo que no debía-.
Yo le miré con extrañeza, ¿cómo que…? -pensé-.
-
¿Qué estás diciendo? Desmond.
-
Quédate aquí, -dijo mientras se bajaba del coche,
mirando en todas direcciones-.
Cerró la puerta del coche y cogió su teléfono. Vi como
marcaba un número y se lo acercaba al oído.
Yo tenía mi ventanilla bajada y oí un ruido tremendo
de coches que arrancaban, a continuación los motores empezaron a rugir por el
efecto de una aceleración. El ruido venía de todas direcciones. Desmond abrió
la puerta del coche y sin colgar aún el teléfono le dijo a la persona con la
que hablaba: - rápido a mi espalda, cúbreme la salida-.
-
¿Qué pasa Desmond?, -dije asustada- ¿Qué está pasando?
-
El me miró, -agárrate y no te preocupes por nada, solo
sujétate bien-. Tenemos que salir de aquí.
Arrancó y salió como alma que lleva el diablo. Hizo un
viraje de película poniendo el coche en dirección contraría a la que estaba y
volvimos a bajar por el camino. Al hacer esa maniobra pude ver como un gran todoterreno se ponía
detrás nuestro, escoltándonos, Desmond
lo miró por el retrovisor y no se inmutó. Yo miré hacía atrás para verlo pero
Desmond me gritó: ¡Martine siéntate bien, por favor!. Rápidamente me coloque en
mi asiento, solo pude ver como otro todoterreno salía a toda velocidad por la
puerta del colegio y nos perseguía. A la vez otros dos Land Rover bajaban por las
laderas a ambos lados del camino. Iban campo a través, sorteando todo tipo de obstáculos.
Era evidente que nos perseguían.
¡Pero qué estaba pasando!, no podía entender nada.
Desmond conducía de forma frenética, él también vio
los vehículos que bajaban y aceleró para que no nos cortaran el paso. Algo que
parecía que iba a pasar. Cogió de nuevo el teléfono y me lo dio: Marca
rellamada, -dijo-, y dámelo.
Hice lo que me dijo y cogió el teléfono.
-
Tenéis que parar al que va detrás vuestro, yo
intentaré pasar por delante de los de aquí.
Miré hacía atrás y vi como el coche que nos precedía
se paraba, dos hombres bajaron de forma precipitada y corrían hacía la parte de
atrás del vehículo empuñando unas pistolas que acababan de sacar de su cinturón
y como se disponían a disparar cuando
Desmond me volvió a coger fuertemente del brazo, para indicarme que me colocara
bien. Según nos alejábamos se oyeron varios disparos.
Sobrepasamos al coche que se acercaba por nuestra
derecha dejándolo atrás. Por el retrovisor vi como se colocaba a nuestra
espalda después de un brusco derrapaje. Pero no pudimos sobrepasar al que se abalanzaba
por la izquierda.
Lo último que recuerdo de aquello fue el gran impacto
del todoterreno que se arrojó literalmente sobre nosotros, haciendo que
empezáramos a dar vueltas de campana. Todo se movía con violencia extrema, mi
cuerpo entero se golpeaba contra los laterales del coche, saltaron los airbag,
lo que hizo que apenas pudiera ver nada más. No sentía miedo solo quería
agarrarme a algo, aunque sin conseguirlo. Para nuestra desgracia recibimos el
impacto en el momento en que la parte derecha del camino había cambiado de ser
una ladera que vertía sobre nosotros a ser un terraplén por el que caímos
rodando. Todo acabó con un tremendo golpe en seco contra algo que debía de ser
una enorme roca, por el efecto del golpe mi cabeza dio un latigazo tremendo, casi
mortal. El coche quedó parado sobre sus cuatro ruedas o lo que quedara de
ellas.
Había una absoluta quietud a mí alrededor. Miré a
Desmond que tenía toda la cabeza ensangrentada y girada hacía el exterior estaba
inconsciente por lo que no pude verle el rostro, pensé que había muerto.
Oí pasos, llegaban de todas direcciones, noté como se
me nublaba la vista y un tremendo malestar se apoderó de mí, en ese momento
perdí el conocimiento.
Lo siguiente que recuerdo es recuperar por un momento
la consciencia, estaba echada en una cama, no era un hospital ni nada parecido,
podía apreciar el olor a rancio y a humedad en el ambiente. Apenas pude
entreabrir uno de mis ojos y vi que estaba entubada, no pude ver si era sangre
o suero lo que me estaban inyectando. Apenas había luz, no podía saber si era
de día o de noche o cuanto tiempo había estado sin conocimiento. Me dolía todo
el cuerpo, notaba como algunos de mis huesos estaban fuera de su sitio, mi cara
debía de haber sufrido algún corte
porque notaba la humedad de la sangre en la herida.
El pecho estaba al borde de estallarme, apenas podía respirar,
me costaba aspirar el aire viciado de la habitación, me estaba muriendo, vi
claramente que estaba en las últimas, que no podría salir de este trance.
Notaba como se me escapaba la vida, como se diluía, sí esa es la palabra, mi yo
físico se estaba diluyendo en otra realidad y notaba como se producía esa fusión
inmaterial. Noté como alguien me cogía de la muñeca y ponía la mano en mi
cuello para comprobar las pulsaciones.
Pero todo fue
en vano. Empecé a notar como el dolor que me atenazaba se disolvía en el éter,
iba dejando de doler por momentos. Mi mente empezó a penetrar en otro estado,
algo absolutamente diferente a lo vivido hasta ahora. Era una sensación extrañísima,
agradable. No poseía carne, cuerpo, no veía nada; ni luz ni oscuridad, no tenía
sensación de ingravidez pero tampoco de poseer peso alguno. Sin embargo podía
sentir algo sublime, inexplicable. Comprendí y fui consciente de ello; acababa
de morir.