Translate

martes, 6 de noviembre de 2012

CAPÍTULO CUARTO. El rapto de Martine.



Recuerdo mi décimo octavo cumpleaños con especial cariño, pues ese verano fue la última vez que pisé en la que hasta entonces fue mi casa, nunca jamás regresaría. Ese 15 de septiembre de 2002, recuerdo que era domingo, hicimos una pequeña fiesta por la mañana, solo estábamos; mis padres, Desmond y yo, mi hermana estaba pasando las vacaciones en Amberes, en el pueblo de origen de mis padres. Mi hermano se fue a estudiar dos años antes a la universidad de Stanford y este verano no había venido como los años anteriores, según me dijeron mis padres vivía con una californiana en Palo Alto y decidieron pasar el verano allí.
Después de la fiesta tenía que partir de nuevo hacia la escuela, porque las clases comenzaban el día siguiente. Me fui con Desmond aprovechando que él tenía que ir a Madrid por asuntos de trabajo.
Durante el viaje fuimos conversando sobre mis clases y otras cosas intranscendentes. En un momento de la conversación me asaltó la necesidad de preguntarle sobre su aparición en la gasolinera el día en que mis padres me llevaban al colegio por primera vez. Habían pasado cinco años desde entonces, pero la curiosidad era más fuerte que yo. Después de explicarle lo que creí ver ese día le comenté también que creí que Ángel, el encargado de mantenimiento de la escuela, era la persona que le acompañaba.
El escuchó con interés y solo dijo: “Vaya parece que eres muy observadora” y sonrió.
Yo me quedé mirándole, esperando otro tipo de respuesta que me aclarase algo más, pero él siguió conduciendo sin inmutarse. Al cabo de un rato me miró y dijo:

-      Martine tienes razón ese día un compañero y yo nos dirigíamos a una reunión de un negocio que teníamos entre manos. La verdad no conozco al señor que se encarga del mantenimiento de tu 3E (así se llamaba mi escuela “Escuela de Estudios Especiales”; Tres-E), pero estoy casi seguro que no es la persona que me acompañaba ese día. De hecho fue él el que me dijo que os había visto en la gasolinera, él conocía también a tu padre. Cuando quise llamar vuestra atención para saludaros ya habíais emprendido la marcha de nuevo, -hizo una pausa volvió a sonreír y dijo-,  entonces no teníamos móviles.
 
Era evidente que me mentía, porque yo le había visto en alguna ocasión con un enorme teléfono móvil que llevaba colgado del cinturón, aunque sí es verdad que nunca le vi utilizarlo. Le miré y le dije: ¡Embustero!, él se rio y yo también.

-      Martine, me gustaría hacerte un regalo por tu cumpleaños, -dijo sacando de la guantera un pequeño paquetito envuelto en papel de regalo con un lazo dorado-. Ya eres mayor de edad y me gustaría entregarte este recuerdo. Me gustaría que lo conservaras con especial cuidado pues era de mi esposa.
Según tenía entendido; Desmond había quedado viudo cuando yo apenas tenía un año.
Se trataba de un colgante de forma perfectamente cúbica un hexaedro perfectamente regular. Era una gema de color violeta engastada dentro de una estructura de plata que la cubría por sus aristas, dejando las caras de la gema al descubierto, era pequeña no sobrepasaba el centímetro de altura, el cordón era del cuero negro de los llamados “pelo de ballena”.

-      Oh, gracias, -le dije-. Desmond creo que es demasiado para mi, no sé si podré aceptarlo. Es un recuerdo precioso.

-      Te he visto crecer desde que eras un bebé, Martine, -dijo en tono muy serio-. Tengo mucho que agradecer a tu padre que me acogió como a un hermano en momentos difíciles. Además si mi esposa no hubiera fallecido quizás hubiéramos tenido una hija, que sería aproximadamente de tu edad. Aunque no lo creas siempre te he visto como si fueras una hija.

-      Adiós a mis esperanzas, -pensé-. Pues Desmond me seguía pareciendo un hombre muy atractivo.

-      Muchas gracias, -le dije-. Y me la puse al cuello. La conservaré con cariño y mucho cuidado. Me acerqué a su cara mientras conducía y le di un beso, el sonrió.

Él sonrió, pero desde entonces vi a Desmond como otro padre y no como mi posible amor maduro…
Nos aproximábamos a la escuela quedaban unos cuantos metros para llegar a la gran puerta de hierro que tanto me impresionó cuando ingresé, aunque la habían arreglado y ya no chirriaba al abrirse. Desmond  frenó en seco a pocos metros.

-      La puerta está abierta, -dijo con brusquedad-.
-      Bueno quizá la hayan dejado abierta porque los alumnos regresan hoy de las vacaciones y no se querrán molestar en estar abriendo y cerrando, -dije yo-.
-      ¡No ellos saben que siempre tiene que estar cerrada!, -dijo de forma brusca y me miró como si hubiera cometido la torpeza de decir algo que no debía-.

Yo le miré con extrañeza, ¿cómo que…? -pensé-.

-      ¿Qué estás diciendo? Desmond.
-      Quédate aquí, -dijo mientras se bajaba del coche, mirando en todas direcciones-.

Cerró la puerta del coche y cogió su teléfono. Vi como marcaba un número y se lo acercaba al oído.
Yo tenía mi ventanilla bajada y oí un ruido tremendo de coches que arrancaban, a continuación los motores empezaron a rugir por el efecto de una aceleración. El ruido venía de todas direcciones. Desmond abrió la puerta del coche y sin colgar aún el teléfono le dijo a la persona con la que hablaba: - rápido a mi espalda, cúbreme la salida-.

-      ¿Qué pasa Desmond?, -dije asustada- ¿Qué está pasando?

-      El me miró, -agárrate y no te preocupes por nada, solo sujétate bien-. Tenemos que salir de aquí.

Arrancó y salió como alma que lleva el diablo. Hizo un viraje de película poniendo el coche en dirección contraría a la que estaba y volvimos a bajar por el camino. Al hacer esa maniobra  pude ver como un gran todoterreno se ponía detrás nuestro, escoltándonos,  Desmond lo miró por el retrovisor y no se inmutó. Yo miré hacía atrás para verlo pero Desmond me gritó: ¡Martine siéntate bien, por favor!. Rápidamente me coloque en mi asiento, solo pude ver como otro todoterreno salía a toda velocidad por la puerta del colegio y nos perseguía. A la vez otros dos Land Rover bajaban por las laderas a ambos lados del camino. Iban campo a través, sorteando todo tipo de obstáculos. Era evidente que nos perseguían.
¡Pero qué estaba pasando!, no podía entender nada.
Desmond conducía de forma frenética, él también vio los vehículos que bajaban y aceleró para que no nos cortaran el paso. Algo que parecía que iba a pasar. Cogió de nuevo el teléfono y me lo dio: Marca rellamada, -dijo-, y dámelo.
Hice lo que me dijo y cogió el teléfono.

-      Tenéis que parar al que va detrás vuestro, yo intentaré pasar por delante de los de aquí.

Miré hacía atrás y vi como el coche que nos precedía se paraba, dos hombres bajaron de forma precipitada y corrían hacía la parte de atrás del vehículo empuñando unas pistolas que acababan de sacar de su cinturón  y como se disponían a disparar cuando Desmond me volvió a coger fuertemente del brazo, para indicarme que me colocara bien. Según nos alejábamos se oyeron varios disparos.

Sobrepasamos al coche que se acercaba por nuestra derecha dejándolo atrás. Por el retrovisor vi como se colocaba a nuestra espalda después de un brusco derrapaje. Pero no pudimos sobrepasar al que se abalanzaba por la izquierda.
Lo último que recuerdo de aquello fue el gran impacto del todoterreno que se arrojó literalmente sobre nosotros, haciendo que empezáramos a dar vueltas de campana. Todo se movía con violencia extrema, mi cuerpo entero se golpeaba contra los laterales del coche, saltaron los airbag, lo que hizo que apenas pudiera ver nada más. No sentía miedo solo quería agarrarme a algo, aunque sin conseguirlo. Para nuestra desgracia recibimos el impacto en el momento en que la parte derecha del camino había cambiado de ser una ladera que vertía sobre nosotros a ser un terraplén por el que caímos rodando. Todo acabó con un tremendo golpe en seco contra algo que debía de ser una enorme roca, por el efecto del golpe mi cabeza dio un latigazo tremendo, casi mortal. El coche quedó parado sobre sus cuatro ruedas o lo que quedara de ellas.
Había una absoluta quietud a mí alrededor. Miré a Desmond que tenía toda la cabeza ensangrentada y girada hacía el exterior estaba inconsciente por lo que no pude verle el rostro, pensé que había muerto.
Oí pasos, llegaban de todas direcciones, noté como se me nublaba la vista y un tremendo malestar se apoderó de mí, en ese momento perdí el conocimiento.
Lo siguiente que recuerdo es recuperar por un momento la consciencia, estaba echada en una cama, no era un hospital ni nada parecido, podía apreciar el olor a rancio y a humedad en el ambiente. Apenas pude entreabrir uno de mis ojos y vi que estaba entubada, no pude ver si era sangre o suero lo que me estaban inyectando. Apenas había luz, no podía saber si era de día o de noche o cuanto tiempo había estado sin conocimiento. Me dolía todo el cuerpo, notaba como algunos de mis huesos estaban fuera de su sitio, mi cara debía de  haber sufrido algún corte porque notaba la humedad de la sangre en la herida.
El pecho estaba al borde de estallarme, apenas podía respirar, me costaba aspirar el aire viciado de la habitación, me estaba muriendo, vi claramente que estaba en las últimas, que no podría salir de este trance. Notaba como se me escapaba la vida, como se diluía, sí esa es la palabra, mi yo físico se estaba diluyendo en otra realidad y notaba como se producía esa fusión inmaterial. Noté como alguien me cogía de la muñeca y ponía la mano en mi cuello para comprobar las pulsaciones.
 Pero todo fue en vano. Empecé a notar como el dolor que me atenazaba se disolvía en el éter, iba dejando de doler por momentos. Mi mente empezó a penetrar en otro estado, algo absolutamente diferente a lo vivido hasta ahora. Era una sensación extrañísima, agradable. No poseía carne, cuerpo, no veía nada; ni luz ni oscuridad, no tenía sensación de ingravidez pero tampoco de poseer peso alguno. Sin embargo podía sentir algo sublime, inexplicable. Comprendí y fui consciente de ello; acababa de morir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario